Celebramos la Ascensión del Señor. Como los apóstoles y discípulos, nos admiramos hoy también nosotros: "Lo vieron levantarse, hasta que una nube se lo quitó de la vista"(Hechos 1,10).
Tenemos la ocasión una vez más de celebrar la Jornada mundial de las Comunicaciones sociales, instituida por el Concilio Ecuménico Vaticano II[1] y que tantos beneficios ha traído en la toma de conciencia y actualización sobre este campo tan vasto de la pastoral. Este año el Santo Padre Benedicto XVI nos ha propuesto el tema – “El sacerdote y la pastoral en el mundo digital: los nuevos medios al servicio de la Palabra” –, lo cual se inserta felizmente en el camino del Año Sacerdotal, y “pone en primer plano la reflexión sobre un ámbito pastoral vasto y delicado como el de la comunicación y del mundo digital, en el cual son ofrecidos al sacerdote nuevas posibilidades de ejercitar el propio servicio a la Palabra y de la Palabra”[2]
¿En qué estado del mundo nos toca ejercitar ese servicio?. Todos los fieles, sacerdotes, religiosos, religiosas, laicos, familias, nos movemos en un mundo concreto, “maravilloso y dramático”. Por las maravillas que vivimos, demos gracias al Señor y sepamos aprovecharlas para bien de todos. En nuestros ámbitos se dan, sin embargo, muchas modernas “esclavitudes”; esclavitudes que pueden serlo de la mentira, la ambición desmedida, la celotipia –no pocas veces cuasi enfermiza y ocasionadora de rencor-, el egoísmo, el arribismo (aunque aparezca de modo camuflado) y de una anclada actitud excluyente respecto de los demás, y esto dicho por no hablar aquí de otras “esclavitudes”, porque no se trata de agotar dicho género en estas letras. Es verdad, nadie está exento “de por sí” de todo lo anterior: el que está de pie, que cuide de no caer. Y dado que de las actitudes de fondo que tenga el corazón humano ante los valores trascendentes, dependerá cómo sean signadas sus acciones, no menos lo será todo lo que respecta a nuestra actitud, humana, valorativa, pastoral, frente a los medios de comunicación, en tanto son éstos, oportunidad de “servicio a la Palabra”.
En el orden diocesano, la mayor o menor pobreza comparativa de nuestros medios materiales en el orden comunicacional y tecnológico, por lo menos en el caso de tantos católicos (entre quienes nos encontramos) no nos ha de arredrar, echar atrás, en el uso bienhechor de lo poco con lo que contamos, y tampoco nos ha de arredrar en valorar a medios que en sí no son católicos pero que tienen recta intención, dentro de sus reales posibilidades transmiten muchos valores y virtudes, y hacen un esfuerzo por dar participación.
En síntesis: ¿con qué contamos? (en la diócesis). Si de daciones o contribuciones a tales fines hablamos, prácticamente con un número insignificativo, a no ser que se trate de contribuciones específicas para tal o cual difusión o publicación. Tampoco disponemos de una acción muy coordinada, y esto pese a los grandes esfuerzos puestos, y sobre todo, pese a la gran potencialidad que la diócesis tendría, por sus características sociales. Mucho se ha hecho, es cierto, y eso es “mucho”. Contamos, sí, con un voluntariado extraordinario (entre los cuales jóvenes, por ejemplo, entre otros), y en lo que a instrumentos mediáticos se refiere, con algunas radios (dentro de cuya programación se encuentran estupendas reflexiones, humanísticas y de auténtica espiritualidad, y espacios de grupos de jóvenes, de misioneros, de personas dedicadas a la caridad social), la página-web diocesana (de alentadora consulta diaria, sin publicidad paga alguna), el boletín diocesano digital o infodiócesis (el cual tiene mayor participación de parte de las delegaciones, las parroquias, los grupos apostólicos, asociaciones y movimientos, y al que leen algunos miles de personas), algunos otros medios digitales (como el ámbito de la “bloguística” de orientación católica, o páginas parroquiales), algunos boletines parroquiales (impresos y digitalizados), las comunicaciones de Caritas u otros grupos, como los de un par de fundaciones católicas, de algunas asociaciones y movimientos, más alguna participación que nos ofrecen en medios privados, estos sí, más masivos (televisivos, radiales, impresos y digitales) que por buena voluntad de quienes los dirigen o programan, o, juntamente, por real interés en nuestros temas y su irradiación social, nos abren un espacio para que se manifieste allí nuestra misión, por lo menos hasta donde alcanzamos con nuestro esfuerzo y voluntariado. Gracias también a ellos, el Señor sabe bien quiénes son, en este día, en esta Jornada de las comunicaciones.
Ésos, hermanos y hermanas de esta querida diócesis, son los medios de los que disponemos; de “masivos” propiamente no tienen demasiado, pero sí de entrega generosa al pueblo fiel. En la humildad, vivida bien, hay siempre una fortaleza. Pues, fijémonos: la irradiación es “mayor”, mucho mayor, proporcionalmente hablando, respecto de nuestras posibilidades materiales.
¡Cómo se manifiesta la Gracia, incluso en la acción y llegada de nuestros medios de comunicación, de la transmisión de la imagen, la palabra, el contenido!. Y bien, ¡cuánto más lo sería si pusiéramos, cual colaboración a la Gracia, más ánimo y trabajáramos de modo todavía más armónico y con deseo auténtico de compartir, de trabajar de conjunto!. ¡Cuánto más efecto tendrían si nosotros mismos, sacerdotes, religiosos, religiosas, laicos y laicas agentes de evangelización, valoráramos más tanto esforzado trabajo y tanta dedicación de hermanos y hermanas que ponen parte de su psiquismo, de su ánimo, de su tiempo e incluso de su salud –sí, incluso de su salud y de sus horas de descanso y de sueño- en esta entrega generosa!. Claro está, para ver esto en lo profundo, hay que vivirlo desde la espiritualidad, y, no menor, desde la “obediencia”, pues "(…) no será obediente al mandato de Cristo quien no usa convenientemente de las posibilidades ofrecidas por estos instrumentos, para extender mejor y al mayor número de personas el radio de difusión del Evangelio"[3].
Creo que, como motivación de fondo, para utilizar en serio los instrumentos de comunicación social con un fin evangelizador (y auténticamente humanizador), más que banal, autopropalador o semi-clánico, lisa y llanamente hay abrirse a la “conversión pastoral” (a que nos llama el Documento de Aparecida), embeberse de la Palabra de Dios, dejar de lado protagonismos fatuos (“fatuos”, digo, porque personas concretas son las que tienen que protagonizar las acciones en concreto, es obvio), y dejar obrar en nosotros al Espíritu divino, “único Protagonista de la Evangelización”, como lo llamara la Evangelii nuntiandi. Todo ello con un gran amor a la Iglesia, que es el Cuerpo de Cristo, con fidelidad y espíritu de fe, sin esperar recompensas mundanas (antes bien lo contrario, preparándonos a no poca crítica), poniendo, en fin, nuestros dones (para algo Dios nos los confió) “al servicio” de “la Causa”, y esto con alegría. Con amor al género humano, con prospección esperanzadora, que incluye lo genuinamente ecuménico, y el diálogo entre las culturas, entre las religiones. Nada tenemos que no hayamos recibido. El comunicador católico ha de dejarse iluminar por la luz de la fe, la cual, ella sola, puede ofrecer la plena intelección de los acontecimientos, con la fuerza transformadora, amorosa, a la cual impulsa la verdad[4]. Ésa es la Causa.
En la Jornada mundial, es el caso de recordar hoy que nuestra misión es entregarnos al Amor de los Amores, para conseguir la Verdad más perfecta, que consiste en seguir a Cristo, Él, que es "camino, verdad y vida" (Jn 14, 6), y lo es también, de modo misterioso, para aquellos hermanos y hermanas de nuestra humanidad que no lo conocen. Él, Cristo, es el Hijo de Dios, venido para "dar testimonio de la verdad", (Jn 18, 37) y de tal modo asegurarnos de que sólo la verdad nos liberará (cf Jn 8, 31-36) de toda esclavitud (cf Gal 5, 1).
Con ese espíritu, esta Jornada en la cual el Santo Padre ha querido hacer referencia al papel del sacerdote en los medios, podrá servirnos para renovar nuestro compromiso a estar en medio de las realidades humanas de cada día, convencidos testigos de las verdades en las que creemos, para cuya transmisión (habida cuenta de la metodología de cada medio) los actuales instrumentos de comunicación social son como nuevas grandes vías abiertas a los cristianos para su cometido de testimonio y de servicio, que lo es, en el fondo, a “la Palabra substancial”, la que Dios dice de Sí, esto es, Su Verbo, la Palabra definitiva que Dios dice sobre el ser humano, y que le ofrece salvación continuamente, a través de las mil vicisitudes de la crónica cotidiana, en la historia de los siglos. ¡Qué don que es, entonces, el comunicar!.
A los pastores, a los sacerdotes, a los religiosos, a los laicos que se dedican al servicio de los hermanos a través de los instrumentos de la comunicación social, contribuyendo así a guiarlos al encuentro con "la verdadera luz que ilumina a todo hombre" (Jn 1, 9), vaya nuestra oración, y toda la gratitud del corazón, por la efusión del Amor de Cristo que allí derraman. Necesitamos “efusión”. "Si de verdad la Iglesia –decía el recordado Papa Pablo VI en su primera encíclica, Ecclesiam suam- tiene conciencia de lo que el Señor quiera que ella sea, surge en ella una singular plenitud y una necesidad de efusión, con clara advertencia de una misión que la trasciende, de un anuncio para difundir"[5]. Que nos mueva el Amor, y no otra cosa, el “Amor de los Amores”, el Señor.
La Virgen Madre, Estrella de la Evangelización, nos guíe en el comunicar.
+Oscar Sarlinga
En la Solemnidad de la Ascensión del Señor, del año 2010.
[1] CONCILIO ECUMÉNICO VATICANO II, Decr. Inter mirifica, n.18.
[2] Benedicto XVI, Messaggio del Santo Padre per la XLIV Giornata mondiale delle comunicazioni sociali, “Il sacerdote e la pastorale nel mondo digitale: i nuovi media al servizio della Parola”[Domenica, 16 maggio 2010].
[3] PONTIFICIO CONSEJO DE LAS COMUNICACIONES SOCIALES, Doc. Communio et progressio, n. 126.
[4] Cf Pablo VI, Messaggio del Santo Padre per la VI Giornata mondiale delle comunicazioni sociali "Le comunicazioni sociali a servizio della verità", 1972, n. 2.
[5] Pablo VI, Enc. Ecclesiam suam, en: AAS, 56, 1964, P. 639
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