Friday, October 19, 2012

Apertura del Año de la Fe en Zárate-Campana


Tal como se había anunciado, el Obispo de Zárate-Campana, Mons. Oscar Sarlinga hizo apertura del Año de la Fe, para la diócesis, el día viernes 12 de octubre. Una multitud asistió a la celebración, parte de la homilía se puede ver aquí. En los días previos, como se había comunicado desde el secretariado de comunicación institucional, el Pastor diocesano dedicó, con fecha del 8 de octubre, concluida la Misión Joven en Zárate, “una carta pastoral al tema de la fe, recordando la importancia del Concilio Vaticano II y el Catecismo de la Iglesia Católica, teniendo en cuenta las circunstancias específicas de la porción de fieles a él confiada” y que se enmarca en la aceptación de un consejo emanado por la Congregación para la Doctrina de la Fe. El Año de la Fe, indica la nota de la Congregación de la Fe, “será una ocasión para dar mayor atención a las escuelas católicas, lugares privilegiados para ofrecer a los alumnos un testimonio vivo del Señor, y cultivar la fe con una oportuna referencia al uso de buenos instrumentos catequísticos.+
Cf “La diócesis de Zárate-Campana se apresta para iniciar el Año de la Fe”, en:
El 12 de octubre El Obispo exhortó en la Eucaristía a “ser pilares de esperanza”. En Pilar es tradicional que mucha gente se congregue para el día de los actos cívicos y religiosos, pues en la fiesta patronal de Nuestra Señora del Pilar se celebra también el día de la ciudad y partido, siendo día feriado, con participación de muy numerosas personas, familias, jóvenes, instituciones.
Imagen de Nuestra Sra. del Pilar durante la procesión
La preparación de conjunto entre el Municipio y la Parroquia incluyó una serie de eventos y el día jueves 11, en las “primeras vísperas”, con la inauguración del VIII Salón Anual de Arte Fotográfico del Foto Club Pilar en la Casa de la Cultura de Pilar (Rivadavia 370). Se vieron unas 200 obras (elegidas entre más de mil) distribuidas en las secciones monocromo, color, naturaleza, travel, creativa, ensayo y monocromo analógico.
El viernes, las actividades comenzaron a las 8.30 con un acto central en la Plaza 12 de Octubre, seguido por el tradicional desfile. El Obispo estuvo presente en el desfile, invitado por las autoridades municipales, y también concurrieron el cura párroco de Nuestra Señora del Pilar, Pbro. Jorge Ritacco, y el cura párroco de Nuestra Señora de las Gracias, el Pbro. Fernando Crevatin.
A las 16, cuando se iniciaron las celebraciones religiosas, partió la procesión con la venerada imagen de Nuestra Señora del Pilar, desde el Monumento de los Bomberos (Tucumán y Chacabuco) hacia la iglesia matriz, donde estaba preparado un gran palco que hiciera las veces de “presbiterio”, junto a la plaza “12 de octubre” dada la notable participación de la feligresía, pilarense y de distintos partidos y ciudades de la diócesis, para la Apertura del Año de la Fe, en la misa de las 17, presidida por Mons. Oscar Sarlinga y concelebrada por decenas de sacerdotes, y a la que asistieron 10 diáconos permanentes, y todos los seminaristas del Seminario “San Pedro y San Pablo”, quienes tuvieron que seguir la celebración desde dentro del atrio del templo, puesto que ya no había espacio en el palco mencionado. Asistieron el intendente municipal, concejales, autoridades municipales, y representantes de distintas instituciones pilarenses.
En la misa de las 17 fue tal la asistencia de fieles que cubrían toda la cuadra y buena parte de la plaza, hasta el monumento. Muchos jóvenes, tantos provenientes de la “Misión Joven” que tuvo lugar en Zárate, y numerosas familias.
A las 18.30, frente al templo, la plaza siguió llena para participar del festival artístico, que culminó con la actuación de música católica de Daniel Poli, y cerró a las 22 con repique de campanas y el reingreso dde la imagen de la Ssma. Virgen a la iglesia parroquial.
Ofrecemos a continuación el resumen hecho por AICA de la carta pastoral de Mons. Oscar Sarlinga y a continuación su texto completo.
Zárate-Campana (Buenos Aires) (AICA): El obispo de Zárate-Campana, monseñor Oscar Sarlinga, dirigió una carta pastoral a los fieles de la diócesis en la que los invitó a “navegar mar adentro”. Además, aseguró que la convocatoria del Papa “constituye un gesto profético, fiel y magnánimo” que redundará en muchas gracias “si estamos confiados”. Con un tono cordial y amistoso, el obispo señaló que “muchos signos nos movilizan a ver cómo Dios está actuando en nosotros, en nuestras comunidades y en nuestras vidas”. Además, aseveró que “la misma Iglesia es consciente de los desafíos de la difusión que la fe ha de afrontar hoy”.
Monseñor Oscar Sarlinga, obispo de Zárate-Campana, dirigió una carta pastoral a los fieles de la diócesis con motivo del inicio del Año de la Fe, en la que los invitó a “navegar mar adentro”. Además, aseguró que la convocatoria del Papa “constituye un gesto profético, fiel y magnánimo” que redundará en muchas gracias “si estamos confiados”.  “Como vuestro obispo y amigo, los invito a través de estas líneas a ponernos a navegar, y navegar mar adentro, tal como nos exhortaba el papa Juan Pablo II”, expresó el prelado, para quien el Año de la Fe constituye un “gesto profético, fiel y magnánimo”. “Si estamos dispuestos, abiertos y confiados a la obra del Espíritu, recibiremos gracia tras gracia para la consumación de nuestra fe”, añadió.  Con un tono cordial y amistoso, el obispo señaló que “muchos signos nos movilizan a ver cómo Dios está actuando en nosotros, en nuestras comunidades y en nuestras vidas”. Además, aseveró que “la misma Iglesia es consciente de los desafíos de la difusión que la fe ha de afrontar hoy”.  “Con convicción, con humildad, los invito también a experimentar y valorar cómo la Iglesia nos abraza en este Año de la Fe. ¿Tendremos la osadía de pedir fortaleza para adentrarnos más y más en este camino testimonial?”, inquirió monseñor Sarlinga, a la vez que aseguró que el camino de la fe prosigue “pese a todas las cosas negativas que ocurren, y que importan menos si en lugar de condenar las tinieblas encendemos la luz”.  “La fe pascual sigue iluminando e iluminará mientras prosigan los tiempos hasta que trascendamos ‘el tiempo’ ”, rescató monseñor Sarlinga, quien también citó el pasaje de San Lucas en que Jesús pregunta: “Cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe en la tierra?”. En lo concreto, el obispo animó a ponerse al servicio de la evangelización y aprovechar este período para profundizar en las enseñanzas del Catecismo de la Iglesia Católica, “auténtico fruto del Concilio Vaticano II”. El prelado también rescató la figura de la Virgen María, que “es, en cierto sentido, roca de piedad, de misericordia, y nos lleva a la fidelidad a la Iglesia, a ayudar a construirla, especialmente para con quienes más lo necesitan, sufren y esperan que Dios les muestre las bienaventuranzas prometidas por Jesús”. Asimismo, destacó que “dos grandes testigos” como San Pedro y San Pablo “acompañarán el Año de la Fe”. “A ellos les confiamos nuestro seminario diocesano, que lleva su patronazgo, y les suplicamos sus intercesiones”.  “Una última palabra deseo para todos nosotros en este año: que seamos instrumentos de la paz de Cristo y que nos dejemos reconciliar por Dios. En este mundo no abunda la piedad ni la clemencia, y puede que suceda también en los ambientes donde nos toca existir. Pero donde haya odio, pongamos amor. Hagámoslo creyendo en la eficacia de la ‘novedad’ cristiana”, destacó. +
Luego de la “Misión Joven” en Zárate, de la que participaron 500 jóvenes misioneros estables, más numerosos que se incorporaron en alguna de las jornadas, y muchas familias, más los sacerdotes de la Pastoral de Juventud, el Seminario “San Pedro y San Pablo” y el Obispo, comenzó en la ciudad de Pilar la peregrinación de la imagen auténtica e histórica de Nuestra Señora del Pilar, que ha sido llevada a recorrer barrios, capillas, centros pastorales, asilos de ancianos y lugares alejados del centro.
De tal modo, con sentido misionero, en consonancia con la Misión Joven Diocesana, como “discípulos y misioneros”, la comunidad diocesana realizó en cada parroquia una preparación mariana para la apertura solemne del Año de la Fe, que realizó el Obispo, Mons. Oscar Sarlinga, el día 12 de octubre, en la solemnidad de Nuestra Señora del Pilar (Pilar).
Ese día 12, luego de una serie de actos que comenzaron a las 9.00, tuvo lugar la procesión con la imagen de Nuestra Señora del Pilar y la participación de la gente de los diversos barrios, con concentración previa popular en calles Tucuman y Chacabuco, a las 16,00.
La Santa Misa con apertura solemne del Año de la Fe, presidida por el Obispo, Mons. Oscar Sarlinga, a las 17, y concelebrada por los sacerdotes de la diócesis, contó con la presencia de una sagrada imagen de San Pedro, símbolo de la fe católica, del siglo XVIII, con el libro que representa a sus dos cartas y las llaves en su mano. El cuadro que representa a San Pablo, y que recorrió las parroquias en el Año Paulino, y ante el cual se encendió “la llama votiva de la Fe” en la clausura de dicho Año Jubilar, será traído para la celebración, junto con una reliquia insigne del Obispo San Timoteo, a quien Pablo escribió: “he combatido el buen combate, he conservado la fe”. Las ofrendas de la Santa Misa se dedicarán enteramente a las obras de caridad social para con los niños sin hogar.
- Proseguirán actos festivos, a las 18,30, seguidos de un evento de música cristiana, con participación de la juventud, hasta la noche.

Carta pastoral del Obispo de Zárate-Campana, Mons. Oscar D. Sarlinga, con motivo del inicio del Año de la Fe
Queridos hermanos y hermanas, con amor en Cristo les dirijo estas líneas, tan cercanos ya a la apertura del Año de la Fe
“Puerta” de la fe hacia Jesucristo, a la vez Luz y Camino
Jesucristo es Luz; la fe nos abre la puerta a su misterio, resumido por San Agustín con una bellísima expresión, cuando afirma: “(…) aquéllo que para los ojos del cuerpo es el Sol que vemos, lo es (Cristo) para los ojos del corazón” [1] . A la vez, el mismo Cristo, Luz de las gentes, de los pueblos, nos abre la puerta de la fe y nos llama a la perfección del Padre (Cf Mt 5,48). Entonces, los invito a orar, para “ver”, pues viendo el crístico llamado a la perfección, comprenderemos también cómo el Año de la Fe nos incentiva a redescubrir nuestro sentido de pertenencia y nuestra vinculación con la Iglesia, y con el Papa, al cual, en la persona del Apóstol Pedro, del cual es sucesor, ha confiado el ministerio de la unidad eclesial de todos los miembros y su “tensión hacia” la humanidad toda, en el llamado a la evangelización (Cf Mt 16, 18 ss; Lc 10, 16;7). Será una manera en que asumamos mejor, más profundamente, nuestra misión de ser luz y sal, en un mundo, en un entorno humano que las necesita, aunque no siempre lo hace consciente.
El Santo Padre Benedicto XVI, quien nos ha convocado al “Año de la Fe” con la carta apostólica “Porta fidei”, para un encuentro con Jesucristo y el contemplar la belleza de la fe en Él, realiza la apertura solemne el 11 de octubre, en el quincuagésimo aniversario de la apertura del Concilio Ecuménico Vaticano II. En unión con él, nosotros, como diócesis, haremos la apertura el día 12, en la festividad de Nuestra Señora del Pilar, e iniciaremos, con toda la Iglesia, un itinerario de fe, que culminará el 24 de noviembre de 2013, en la solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo, el “autor y consumador de nuestra fe” (Heb 12,2). En ese itinerario nos ayudará a todos el profundizar en el Catecismo de la Iglesia Católica, como «auténtico fruto del Concilio Vaticano II» . Ya en la dimensión catequética de las actividades en la diócesis, en la “Misión joven” anual, que tanta alegría nos trajo al corazón, y en todo el apostolado, hemos asumido revitalizar el itinerario de vida desde las enseñanzas del Catecismo.
Los signos de los tiempos están, dirijámos nuestra atención a ellos. Muchos signos nos movilizan a ver cómo Dios está actuando en nosotros, en nuestras comunidades, en nuestras vidas. El realismo de la esperanza (la teologal) nos hace ver, “esperanzadamente” todo lo que hay de “maravilloso y dramático” en los tiempos en que nos toca vivir, en el “hoy concreto”. La Iglesia misma es consciente de los desafíos que la difusión de la fe ha de afrontar hoy, siempre vigente, como lo está, la pregunta que el mismo Cristo nos ha formulado, a los hombres de todas las épocas: «Cuando vuelva el Hijo del hombre, ¿encontrará fe en la tierra?» (Lc, 18, 8).
Como vuestro Obispo, Pastor, amigo, les hablo, y saben que lo digo de corazón porque podemos afirmar que nos conocemos, cuando nos acercamos a los 7 años de este “caminar juntos” en esta diócesis, luego de mi servicio anterior como obispo auxiliar. Con este espíritu, que tantas veces hemos compartido en nuestros consejos, asambleas, congresos, encuentros, celebraciones, los invito a través de estas líneas, a “mirar más allá”, a mirar “hacia el mar”, a fines de ponernos a navegar, y “navegar mar adentro” tal como nos exhortaba a hacerlo el bienaventurado Papa Juan Pablo II, cual programa para todo el tercer Milenio.
Con convicción, con humildad, los invito también, hermanos y hermanas, a experimentar y valorar cómo la Iglesia nos abraza en este Año de la Fe, muy especialmente, de modo tal que la fe pascual (es decir, la fe de la comunidad pascual, que somos) nos disponga con efusión de gracias divinas a transitar un camino personal y pastoral “en Aquél que es el Camino”. Esa fe pascual nos ilumina para un Camino que durará tanto como el “tiempo de la Iglesia”, e imprime también en nosotros una fuerza sobrenatural, proveniente de lo Alto, y por ello dadora de una fortaleza testimonial, irradiante, incluso hasta el martirio. ¿Tendremos la “osadía” de pedir fortaleza para adentrarnos más y más en ese camino testimonial?.
Porque ese camino prosigue, y prosigue pese a todas las cosas negativas que ocurren, importa menos, si en lugar de condenar las tinieblas (aunque sabiendo que existen) encendemos la luz. La fe pascual sigue iluminando, en continuidad, e iluminará mientras prosigan los tiempos hasta que trascendamos “el tiempo”. Nuestras solas fuerzas no bastarán. Sólo la fe puede hacernos vencer el amor a nuestras seguridades humanas, el apocamiento, el instalamiento o incluso la perniciosa acedia (dicha “pereza”, pero habría que profundizar más en lo que significa “acedia”). El orar de verdad nos dará fuerzas para dedicar nuestras vidas a esa “civilización del Amor”, por los más pobres, los excluidos, por la educación promotora del ser humano, por la justicia que sane la sociedad desde dentro, por todas las iniciativas verdaderas en pro de la dignidad humana.
La fe nos hace ver que abrazar la “Cruz pascual”, da entrada (abre puerta) en nuestra vida a “la humilde victoria” (Cf 1 Jn 5,14) de vivir en el Espíritu, victoria tan desproporcionada, por otra parte, respecto de nuestra pobreza humana. Sólo la fe puede darnos la fortaleza, la constancia, la perseverancia, la paciencia, para estar dispuestos siempre y en todas partes a “responder” (con el intelecto, con la vida, con el testimonio) a quien nos pida razón, causal, origen, de esa esperanza (aun contra toda “esperanza humana”) que habita en nosotros y que de nosotros ha de irradiar (Cf 1 Pe. 3,15). Es muy importante que cada uno de nosotros, cada uno según su vocación y elección, quiera “responder”, esto es, hacerse “responsable”.
Puerta de la fe y la fidelidad para las obras del Amor
La fe nos da el poder ser fieles, nos hace amar la fidelidad. El Año de la Fe, el segundo convocado por un Pontífice en la historia (habiendo sigo el primero el Año de la Fe de 1968, convocado por S.S. Paulo VI) constituye, pienso, un gesto profético, fiel y magnánimo (palabra que proviene de “alma grande”) puesto que, si estamos dispuestos, confiados y abiertos a la obra del Espíritu, recibiremos gracia tras gracia, para la “consumación de nuestra fe”, la que poseemos, o aquella cuyo aumento imploramos.
¿O no hemos pensado que nuestro testimonio de fidelidad también ayuda a confirmar en la fe a nuestros hermanos? (Cf Luc. 22, 32). La fidelidad es al Amor, como se manifestó Dios a Moisés (Cf. Ex. 3, 14); y Dios es Amor, como nos lo enseña el Apóstol Juan (Cf I Jn 4, 8).
No tengamos miedo (¡recordemos la primera exhortación que nos hiciera Juan Pablo II al salir, como Papa, a la balconada de San Pedro, y asimismo la primera llamada que, en la misma circunstancia, nos hiciera Benedicto XVI!) . Recibiremos gracia tras gracia para profundizar en el “contenido de la fe” que la Iglesia nos propone para creer. Recibiremos gracias para crecer en la fidelidad al Depósito della fe (Cf 1 Tim. 6, 20), ese “depositum” cuyo dinamismo interior moverá nuestras conciencias a profundizarlo, a redescubrirlo como fundamento viviente que podrá dar expansión a nuestra “fe puesta en obra” (el “credere in Deum, de San Agustín).
En lo concreto, en lo práctico de nuestras vidas, me lo digo y los exhorto al mismo tiempo, pongamos cada día más nuestro ánimo, fundados en Cristo, Redentor del hombre, al servicio de la evangelización (de la “nueva evangelización”), y de la “civilización del Amor”. Y esto con ese sentido de “invitación profética”, a la que se refirió el mismo Papa Benedicto, precisamente aludiendo a su predecesor mencionado, cuando destacó “(…) su invitación profética, muchas veces propuesta, a renovar el mundo perturbado por inquietudes y violencias, mediante “la civilización del amor”[2]. Así, como vemos, la fe es “puerta” y “abre puertas” para anunciar el Evangelio “a toda creatura” (Cf Mc 16, 15). Nuestra opción por la Misión, nuestros gestos diocesanos misioneros, y la dimensión misionera de toda nuestra pastoral, más que obras nuestras, son manifestaciones de esa gran “Puerta”.
Fe, esperanza, significa  también hacer un acto de confianza. Abrimos la puerta de la fe para ver la Epifanía del Padre, Jesucristo, el Sol de Justicia, quien nos llama a habitar también nosotros, misteriosa y participativamente, “en una luz inaccesible” (Cf 1 Tim. 6, 16), la cual, lejos de aislarnos, nos ilumina, vivifica, protege y guía, porque lo hace con la Iglesia, la germinación y primicia del Reino de Dios, por medio del cual continúan, en la trama de la historia humana, la obra y los dolores de la Redención, y que aspira a su consumación, en la gloria[3]. Mientras tanto, esa luz “resplandece en el rostro de la Iglesia”[4] , la cual tiene como misión hacernos partícipes del Misterio de la Muerte y Resurrección de Cristo, en la gracia del Espíritu Santo, que le da vida y acción [5]. La Iglesia santa nos da los sacramentos que emanan de la plenitud de Cristo [6]; si una “no-plenitud” hay , no es que la haya en el “misterio de unidad” de la Iglesia [7], sino en nosotros, los miembros, al provenir aquélla de los pecados y de los desórdenes que impiden u obstaculizan la irradiación de esa santidad, de esa unidad. [8]
El Señor nos reformula la pregunta, en este Año de la Fe, también a nosotros, como lo hizo con Pedro: “Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?” (Mc 8, 27-29). Si pedimos la fuerza para responder, como Pedro: «Tú eres el Cristo» dispongámonos también para llevar esa fe a la práctica, pues esa “confesión” exige actos concretos, como señala el apóstol Santiago: «Yo con mis obras, te mostraré la fe» (St. 2,18). Se trata de asimilar más y más la relación de fe y obras, de discernir lo que el Señor quiere cuando “espera” de nosotros, un “testimonio evangelizador” para los demás, los que se sienten alejados, desalentados, sin razones de creer o de esperar, los que se sienten abandonados. Viendo la fe que se hace amor, ellos verán -decía- la “novedad” real de la obra redentora de Cristo (Cf. 2Cor 5,17), y esto con plena conciencia de la soberanía de Dios, quien, a Él solo, le corresponde la iniciativa misericordiosa (cf. 2Cor 5,18-20; Col 1,20-22). Sólo Cristo es “el salvador de su cuerpo” (Ef 5,23) y por consiguiente de cada uno de nosotros. ¿Y nuestra parte, dónde está?. Somos administradores, servidores reconciliados. La paz nos la da Cristo (cf. Ef 2,14), puede ser la ocasión de “degustar” más el Padrenuestro: “venga a nosotros tu Reino…. Hágase tu voluntad”.
Con María, la Madre, puerta de la fe hacia la evangelización, la reconciliación, la perfecta alegría, hasta que el Señor vuelva
Con María Madre de la Iglesia, sintámonos “piedras vivientes” (Cf. 1 P 2, 4-8) del su edificio espiritual, pastoral. La indiferencia no ayuda para nada, y tampoco el fingido distraimiento, el “mirar para otro lado”. La actitud profunda, real, vivida, de servicio, es, en cambio, un elemento fundacional de la identidad de los discípulos de Cristo (Cf. Jn. 13,15-17). No todo va a ser fácil, no transitaremos por caminos alfombrados por pétalos de rosa… ¿Quién sueña eso?. Debiéramos leer y meditar más a San Pablo, por ejemplo cuando nos dice: «Confiados en nuestro Dios, tuvimos la valentía de predicarles el Evangelio de Dios, entre frecuentes luchas» (1 Ts 2,2,). Luchas, existirán. Pero el carácter viviente de la Tradición nos anima, porque nos guía la Iglesia con la asistencia del Espíritu Santo [9]. Seamos dóciles a la enseñanza del Espíritu, sintámonos acompañados por María Santísima, la Nueva Eva, la Madre de la Iglesia [10], Madre del Cuerpo místico de Cristo, a la vez comunidad visible y comunidad espiritual.
María es, en cierto sentido, “Roca” de piedad, de misericordia, imagen perfecta de la Iglesia. Por ello nos lleva a la fidelidad a la Iglesia, a ayudar a construirla, en especial para con quienes más lo necesitan, los que sufren, los más pobres, aquellos que esperan que Dios les muestre (y que quizá, para ello, esperen más de nuestro testimonio) las bienaventuranzas prometidas por Jesús. Pedro es la Roca. El Papa, que ha convocado el Año de la Fe, en tanto el Sucesor de Pedro es llamado por San Buenaventura el “Vicario de la Roca”. En la Biblia, en la hermosa lengua hebrea, la raíz de “roca” es la misma que la de “fe”, “fidelidad”, “verdad”, e incluso “justicia”, no es el momento de detenernos ahora en ello, sólo recordemos que el Amor pide fidelidad, como le pidió Jesús a Pedro, “Vicarius Petrae” (en la expresión bonaventuriana) [11] , como lo prometimos también en tanto comunidad diocesana en la clausura del Año Paulino Jubilar, cuando, antes de concluir la misa, dejamos encendida una llama votiva junto a la imagen de San Pablo.. En esa oportunidad dijimos que uno de los frutos de ese Año Jubilar debía ser la profundización de la «conversión pastoral» de la que habla el Documento de Aparecida, y que esta conversión espiritual comporta, por tanto, dejar de buscarse exclusivamente o principalmente a sí mismo, y, en el decir del Apóstol, «revestirse de Cristo» y entregarse a Él, caminando en una «vida nueva» (Cf Rm 6, 3s). Traigámoslo hoy también al “corazón”, eso es “re-cordar”, la “memoria rencorosa” de nada sirve, al contrario, lo que sirve es la memoria clemente.
Dos grandes testigos, San Pedro y San Pablo nos acompañarán muy de cerca en este Año de la Fe. A ellos les confiamos nuestro Seminario diocesano, que lleva su patronazgo, y les suplicamos también su intercesión, la de la “confesión de fe”, y la del “buen combate”: “He aquí a Pedro, que renueva en los siglos la gran confesión de Cesarea de Filipo; he aquí a Pablo, que desde la cautividad romana deja a Timoteo el testamento más alto de su misión. Repetido ante la Iglesia y ante el mundo: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios vivo” (Mt. 16, 16); también, como Pablo, sentimos de poder decir: «He combatido el buen combate, terminé mi carrera, he conservado la fe» (2 Tim. 4, 7)”. [12]
Una última palabra, algo que deseo ardientemente para todos nosotros, en este Año bendito, el que seamos instrumentos de la paz de Cristo (en el espíritu de la “oración simple”, atribuida a San Francisco de Asís), que “nos dejemos reconciliar por Dios”. Es verdad que en este mundo no abunda la piedad (“pietas”) ni la clemencia, y puede que esto también suceda en los ambientes en que nos toca existir. Pero donde haya odio, pongamos amor, donde haya ofensa, pongamos perdón. Hagámoslo creyendo de veras en la  eficacia  de la “novedad” cristiana, creamos, primero, que Jesús “hace nuevas todas las cosas”. Se manifestará nuestro creer si nos disponemos cada día, con la gracia de Cristo,  a “volver a vivir”, “volver a empezar”, aunque hayamos sufrido injuria, detrimento o maleficencia. Más bien, desde la fe, y esperando, incluso  “contra toda humana esperanza” incorporemos de verdad a nuestra existencialidad y nuestra espiritualidad la  exclamación operante de San Pablo: «vivo yo, pero ya no vivo yo, sino que «Cristo vive en mí» (Gal 2, 20)”. Por Él obtuvimos la reconciliación; entonces, “no tenemos derecho” a que la alegría se vaya de nuestros corazones, de nuestras vidas, de nuestras familias, de nuestras comunidades, y esto así, “hasta el tiempo de la restauración de todas las cosas” (Hch 3,21).
Todo pasa tan rápido… Todo se pasa, Dios no se muda, como realística y místicamente decía Santa Teresa de Jesús. Un signo de salud espiritual, del buen fruto de este Año, será el vivir la alegría de la fe, “virtud-puerta”, como la llama Santo Tomás de Aquino; puerta a horizontes infinitos. Vivámosla con María, la Virgen, que deshace toda la complicada tejeduría con la que el maligno puede intentar enredarnos y así, entristecernos y procurar frustrar, en lo particular, nuestra vocación a la santidad.                                                  .
Para ello, seamos “dóciles” (“docilis” es el que se deja enseñar…) Dejémonos, dócilmente, tomar de la mano por María, la creatura más perfecta y la más humilde, la “Virgen poderosa”, Aquélla Mujer, revestida de Sol (Cf Ap 12.1) que “(…) recapitula en sí todas las alegrías; Ella vive la alegría perfecta prometida a la Iglesia” [13]
Feliz y Santo Año de la Fe.
+Oscar, Obispo de Zárate-Campana
8 de octubre de 2012



[1] SAN AGUSTÍN, Sermo 78, 2: PL 38, 490.
[2] Benedicto XVI, Discorso di Sua Santità ai membri dell Istituto Paolo VI, 3 marzo 2007.
[3] Cf CONC. ECUM. VAT. II, Const. dogm. Lumen gentium, 8 y 5.
[4] Cf. CONC. ECUM. VAT. II, Constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo contemporáneo Gaudium et spes, 1.
[5] Cf CONC. ECUM. VAT. II, Const. Sacrosanctum Concilium, 5, 6; Cf Id. Lumen gentium, 7, 12, 50.
[6] Cf. CONC. ECUM. VAT. II, Const. dogm. Lumen gentium, 7, 11.
[7] Cf. CONC. ECUM. VATICANO I, Cost. Pastor æternus, cap. 3: DS 3060.
[8] Benedicto XVI, Discorso per la presentazione degli auguri natalizi alla Curia romana, 22 dicembre 2011.
[9] Cf CONC. VATICANO II, Cost. Dei Verbum, n. 8, Cf. CONC. VATICANO I, Cost. Dei Filius, cap. 4: DS 3020.
[10] Cf. CONC. ECUM. VAT. II, Const. dogm. Lumen gentium, 53, 56, 61, 63.
[11] San Buenaventura, Quaet. Disp. De per/. Evang., q. 4, a. 3, de. Quaracchi, V. 1891, p. 195.
[12] Cf Paulo VI, Omelia di Sua Santità nel XV Anniversario dell incoronazione del Papa, Basilica Vaticana, Solenità dei SS Apostoli Pietro e Paolo, 29 giugno 1978.
[13] Paulo VI, Exh. Apost. “Gaudete in Domino”, IV, La gioia nel cuore dei santi.

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